viernes, 8 de octubre de 2010

Apóstol de la violencia

Es difícil entender cómo en un período histórico en el que la violencia es repudiada, existan ``pacifistas'' que elaboren apologías de Ernesto Guevara, un individuo que independientemente de doctrinas e ideologías fue uno de los teóricos más consecuentes que tuvo la violencia en una de las etapas más convulsas del siglo XX.

Su identificación con una de las personalidades más despiadadas de la historia moderna, la hace notar en una carta que dirigió desde Costa Rica a su tía Beatriz en diciembre de 1953: ``En El Paso tuve la oportunidad de pasar por los dominios de la United Fruit convenciéndome una vez más de lo terrible que son esos pulpos capitalistas. He jurado ante una estampa del viejo y llorado camarada Stalin, no descansar hasta ver aniquilados estos pulpos capitalistas''.

El individuo que algunos pretenden presentar como justiciero y de profundo espíritu cristiano, escribió a su madre desde una prisión mexicana lo siguiente: ``No soy Cristo ni un filántropo, soy todo lo contrario de un Cristo. Lucho por las cosas en las que creo con todas las armas de que dispongo y trato de dejar muerto al otro para que no me claven en ninguna cruz o en ninguna otra cosa''.

Miguel Sánchez, ``El Coreano'', uno de los que entrenó a los expedicionarios del Granma en México, conoció a Ernesto Guevara. Refiere que era una persona aislada, poco sociable y muy cruel con los animales. Cuenta que atrapaba gatas embarazadas para hacer experimentos médicos y que cuando terminaba con los felinos los introducía en un saco que lanzaba violentamente contra el piso.

No sólo los gatos tenían problemas con Guevara. En la Sierra Maestra le dijo a uno de sus subalternos: ``Félix, ese perro no da un aullido más, tú te encargarás de hacerlo. Ahórcalo. No puede volver a ladrar''.

Otro aspecto de su carácter violento y en cierto sentido sádico, se aprecia en una carta que dirigió a Hilda Gadea el 28 de enero de 1957: ``Querida vieja: Aquí en la selva cubana, vivo y sediento de sangre, escribo estas ardientes líneas inspiradas en Martí. Como un soldado de verdad, al menos estoy sucio y harapiento, escribo esta carta sobre un plato de hojalata, con un arma a mi lado y algo nuevo, un cigarro en la boca''.

Esta sed no demoró en saciarla. Según expone Jon Anderson en su libro Ché, varias fuentes cubanas describieron cómo asesinó a Eutimio Guerra, un supuesto delator. Refiere Anderson: ``El Ché se adelantó para matar a Eutimio cuando resultó evidente que nadie tomaría la iniciativa.

Esto al parecer incluye a Fidel, que tras la orden de matar a Eutimio sin indicar quién debía cumplirla, se alejó para guarecerse de la lluvia''.
Su conducta con los militares del antiguo régimen fue todavía más cruel. Procedió a ejecuciones sin procesos judiciales y sin garantías procesales. Afirma Jaime Costa que el responsable de los fusilamientos en la ciudad de Santa Clara fue Guevara y no Ramiro Valdés.

La Cabaña, su primer mando después del triunfo insurreccional, fue el bastión militar donde más ex militares y colaboradores del régimen derrocado fueron ejecutados. Según la periodista Hart Phillips, del New York Times, unos ``400 en los dos primeros meses''; y testimonios del periodista Tetlon del London Daily Telegraph ``en ocasiones funcionaban cuatro tribunales simultáneamente, sin abogados ni testigos de descargos, llegando a juzgarse, contemplando la pena capital, hasta 80 personas en juicios colectivos''.

Guevara era vengativo, no olvidaba las ofensas pero sólo las cobraba cuando estaba seguro de ganarlas sin consecuencias. Varios oficiales del ejército rebelde certifican sus diferencias con el también comandantes Jesús Carrera. Después del triunfo de la insurrección, Carreras fue acosado por más de dos años hasta que fue involucrado en la conspiración del también comandante William Morgan, y fusilados los dos.

El individuo que algunos, por diferentes motivos, pretenden mostrar como un hombre de paz, fue uno de los artífices de colocar al mundo al borde la guerra nuclear cuando junto a Raúl Castro y en nombre de Fidel, negoció con Nikita Jruschov la instalación de cohetes balísticos con capacidad nuclear en Cuba, voluntad de destrucción que ratificó cuando le dijo en La Habana a Sam Russel, corresponsal en Cuba del periódico socialista inglés London Daily Worker:

``Si los misiles hubiesen permanecido en Cuba, nosotros los habríamos usado contra el propio corazón de los Estados Unidos, incluyendo la ciudad de Nueva York''.

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