Con motivo de la celebración del Año Jubilar en el 400 aniversario de la aparición de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, en la Bahía de Nipe, Su Santidad Benedicto XVI tiene programado viajar a Cuba entre los días 26 y 28 de marzo.
Nuevamente enfrentamos las acciones de una jerarquía católica en Miami -representada por el Arzobispo Wenski- que se empeña en servir como agente de viaje y catalizador de la falsa proyección de normalidad en un país donde nada es normal, donde nada esencial ha cambiado y donde el poder permanece arbitrariamente en manos de un ilegítimo régimen comunista que continúa violando todos y cada uno de los derechos humanos de sus ciudadanos.
Anteriormente, cuando la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba en 1998, lanzaron la iniciativa del “crucero”, finalmente cancelado luego de que numerosas voces católicas de nuestro exilio –entre ellas, las nuestras- se alzaran con argumentos irrefutables, y algunos de nosotros sostuviéramos reuniones con el Cardenal O’Connor en Nueva York, entre otros, ante lo incongruente que resultaba dicha peregrinación.
Hoy, catorce años después, el ahora Arzobispo Wenski, máxima autoridad de nuestra Iglesia en Miami –ciudad de víctimas que alberga el dolor y el decoro de la nación cubana exiliada- se ha volcado de lleno en la promoción y organización de la mal llamada “peregrinación de reconciliación” a la isla para coincidir con la visita del Papa, fomentando una vez más la división entre católicos de nuestro exilio.
La aceptación de las condiciones de la peregrinación constituye una humillación y una falta de respeto a la dignidad del cubano. El régimen castrista controla y aprueba a aquéllos que pueden visitar la isla. Obviamente no caben dentro de la “peregrinación” cubanos abiertamente críticos de la dictadura de los hermanos Castro, como tampoco actividades de solidaridad hacia los prisioneros políticos, Damas de Blanco, o activistas de derechos humanos. Todos los que van necesitan una visa de entrada al país donde nacieron, y tienen que someterse a la agenda oficial impuesta por el régimen ante la mirada complaciente del Cardenal Jaime Ortega y Alamino.
El nombre dado a la gestión -“peregrinación de reconciliación”- constituye de por sí una distorsión de la triste realidad cubana, cuyo problema no radica en la “reconciliación” entre cubanos del exilio y de la isla –que somos un solo pueblo– sino que emana de la imperiosa necesidad del establecimiento de un estado de derecho, con justicia y libertad, que tenemos el deber de defender y el compromiso de lograr.
Mientras esto sucede de este lado del Estrecho de la Florida, allá en la isla, bajo un clima de brutal represión, la actitud de la jerarquía eclesiástica, con honrosas excepciones, ha sido una de acomodo con los victimarios y no con las víctimas de la dictadura más longeva de nuestro Hemisferio.
A cambio de algunas concesiones que ratifican precisamente la naturaleza totalitaria del régimen, han antepuesto intereses por encima de sagrados principios. Resulta incompatible con los valores cristianos de la religión por la cual murieron tantos mártires cubanos ejecutados en el paredón de fusilamiento exclamando “Viva Cristo Rey”, la forma en que autoridades eclesiásticas se han pronunciado o dejado de pronunciar en la isla, prefiriendo el silencio cómplice a la proclamación de la verdad.
La jerarquía eclesiástica ha emprendido una campaña mediática avalada por un pequeño grupo, encaminada a que los cubanos se “reconcilien” con sus verdugos y transiten en el camino que señala el presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba y Arzobispo de Santiago, Dionisio García, en declaraciones recientes a un medio europeo, de que ve necesario fomentar una actitud de “aceptar al otro, aceptar lo que piensa, lo que dice, lo que es, cómo ve la realidad de las cosas”…
¿Aceptar a los asesinos que continúan asesinando impunemente? ¿Aceptar a los torturadores que continúan torturando a prisioneros políticos cubanos y a los agentes de seguridad del estado que continúan golpeando salvajemente a las Damas de Blanco y mujeres de la resistencia? ¿Aceptar la infamia del mal que continúa avanzando sin arrepentimiento alguno a lo largo de una tierra sedienta de derechos y libertad? ¿Aceptar la mordaza y la esclavitud? ¿Aceptar la realidad de una dictadura totalitaria que por más de medio siglo ha reprimido y continúa reprimiendo al pueblo cubano? ¿Aceptar viajar a nuestra Patria renunciando a ser parte de ella y renunciando al encuentro con nuestros hermanos víctimas de la opresión?
Parafraseando a Martí: ¿Ir a tanta vergüenza? Otros pueden. ¡¡Nosotros no podemos!!