Siempre me ha gustado saber lo que piensan los amigos, los conocidos y los enemigos.
Eso me da el pulso de cuan errados o no estemos o cuan distantes de la realidad andamos.
Tambien me sirve para afianzar mis conceptos al coincidir con ellos o no.
Hay una persona que me dio un empujón en mis ideas de hacer un Blog y luchar por el.
No es ni tan siquiera de mi circulo de amistades, pero al leerme y sopesar cuanto podríamos aportar a la libertad de Cuba, nos insto y facilito varios medios para lograr nuestras metas u objetivos.
Hoy, le dedico a esa persona un espacio en su magnifico trabajo y exposición.
De Mercedes Soler y desde el Nuevo Herald.
No todos vamos a Cuba
By MERCEDES SOLER
Ni mención del embargo. Fue la preparada reflexión-reacción del desesperado Fidel Castro ante el levantamiento de las restricciones a los viajes de cubanoamericanos a Cuba, recién autorizado por el presidente Barack Obama. La concesión, que busca acercar a las familias divididas por el comunismo, y extender el acceso de las telecomunicaciones a los cubanos de la isla, estratégicamente no le conviene tanto. Los Castro preferirían que el dinero les llegara directamente a sus arcas. Y la posibilidad de que circule información sin censura, libremente, generada por empresas estadounidenses, representa un peligro que no asumirán.
En este sentido la jugada de Obama ha sido inteligente. Le ofreció a los Castro un hueso sin mucha carne, sin grandes costos para este país, que de no aceptar le restaría peso a su discurso antiamericano. Ahora deberían contraofertar con otro gesto de acercamiento. Pero Fidel ya se ha mostrado ofendido.
El gobierno castrista se escudó tras el embargo, e inventó la ilusión de una invasión inminente para dominar a su pueblo, que encerró tras un cortinaje de mar. Le achacó su incompetencia administrativa, ineptitud fiscal y arrogancia militarista a lo que llamó ``el bloqueo yanqui''.
Esa invasión, que nunca llegó, dio pie para crear un sistema opresivo, compuesto de rateros de esquina (los CDR), que lanzó a la población hacia un significativo deterioro moral. Mientras, el gobierno se afincó en su ideología beligerante, se mofó del embargo, y estableció un latifundismo comunista de exportación que privó al pueblo de sus mejores mentes, de artistas, médicos, profesores. Resultó en una bancarrota de la esperanza y una quiebra económica. Como consecuencia, un experimento de medio siglo sólo alcanzó a edificar un país pordiosero y corrupto; un estado mendigo que hoy subsiste pasándole el jarro de la limosna a cualquiera que pique la carnada de su fracasada utopía. Su ruina ya es tal que como única opción le queda meter el rabo entre las piernas y suplicar por el levantamiento del embargo.
El acercamiento de Obama sólo conducirá a cambios si hay reciprocidad desde La Habana. Los viajes de los cubanoamericanos únicamente aliviarán la situación de quienes tengan familiares fuera dispuestos a socorrerlos. De ese nuevo flujo de dinero el gobierno, obviamente, sacará su tajada. Ese es el costo de hacerles el juego a los caprichos de un sistema totalitario.
Y es que de eso se ha tratado siempre. De que el exilio, el que más muertos ha puesto en este entierro, ahora se compadezca de la desgracia infligida a quienes se quedaron en Cuba. De que abra sus bolsillos para mantener a flote al mismo régimen que engendró su diáspora.
Por suerte no me quedan familiares allegados en la isla. No me siento víctima del chantaje emocional al que irremediablemente sucumbe quien tiene esposos, padres e hijos purgando una sentencia de cadena perpetua en el gulag caribeño. No siento una apremiante necesidad de regresar.
Mi padre y mi suegro fueron forzados a trabajar ''voluntariamente'' en los campos de caña de Cuba, alejados de sus familias, por más de un año cada uno, para ganarse nuestro permiso de salida. Aunque ya nos habían saqueado nuestras pertenencias, retirado libretas de racionamiento y expulsado de trabajos y escuelas por considerársenos ''gusanos''. En honor a estas dos almas, humilladas y vejadas, siempre me he negado a volver. Aunque estaría dispuesta a hacerlo si de esa manera ayudara a democratizar la isla. De-
safortunadamente, no hay garantías de que llevarles dinero en estos momentos, aunque fuere a la oposición, cumpliría ese objetivo.
No voy a Cuba porque, tristemente, mi patria natal es un país corrompido, donde la llamada ''mordida'' mexicana no le llega a la suela de la descomposición social actual. Todavía no estoy dispuesta a enfrentarme a un pueblo que verá en nuestras ofrendas más una forma de lucro inmediato que la superioridad del modelo gubernamental pluralista que les facilita los regalos.
En el pasado hubo épocas en las que los cubanoamericanos podían viajar a Cuba sin restricciones. Ni aquellos viajes, ni el turismo internacional, han servido para cambiar el rumbo político de la isla. Hasta que no se libere a todos los presos políticos y de conciencia, se garanticen sus vidas y su libre expresión, se le abra un espacio político a la disidencia y se permita que los cubanos de la isla entren y salgan de su país con el mismo derecho que gozamos nosotros, el castrismo perdurará indefinidamente.
Ir a Cuba, a cuenta gotas o en manadas, no va a cambiar la condición de su estado totalitario. Para eso hace falta una revolución interna, del tipo que los barbudos conocen intrínsecamente. Por eso no les han hecho concesiones a los últimos 9 presidentes estadounidenses y por eso no vacilan ahora. Algún día quisiera sentirme cómoda al convocar un ¿vamos a Cuba? Todavía no ha llegado ese momento.
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