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Pero bueno, ¡el mundo es tan lindo! Te deslumbran los autos nuevos, las mujeres hermosamente arregladas desde la mañana, los hombres de cuello y corbata, las señoras mayores con sus cabellos engominados y su perenne olor a flores. ¡Ay, el olor de esta sociedad! ¡Tan distinta a la peste que respiraba a diario al salir de mi cuartería en La Habana Vieja. Otra cosa que llama la atención, en esta inmigración (la de allá era EMIGRACIÓN), aunque no te quieran y te tilden de “recién llegado”, lo que implica que no estás pulido, te tratan con respeto y reconocen tus derechos.
En fin, la otra etapa es: ¡y ahora a buscar trabajo!
Y “pasaron 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7 semanas" (¿se acuerdan de la canción?) ¡Y na! ¡Ni de sepulturero encuentras un puesto! Después de todo, estamos en recesión. Por otra parte, aunque esta ciudad es como una extensión de Cuba, necesitas hablar inglés… Otro factor increíble es que con el paso del tiempo llegar a conocer la ciudad de arriba abajo, pero no logras hacer ni un amigo, de los de verdad, de aquellos que lograbas en Cuba. Entonces te empieza a molestar la soledad y no hablar tu idioma. ¡Ja! Y ver a dos cubanos enredados en inglés, pasando trabajo con el vocabulario y con el acentazo que no se les entiende nada, es como estar viendo una película de Buñuel, juro que sí. ¿Será que hablar español da cáncer? Por favor, si se enteran de algo al respecto me lo hacen saber…
¡Y la mente es una cabrona! Poco a poco, te vas a acostumbrando a lo bueno y a lo “nuevo”, y entonces empiezas a recordar a tu barrio, a la gente jugando dominó, a los aseres diciendo indecencias y hablando como si tuvieran papas en la boca; recuerdas cuando le podías decir piropos a las mujeres (aquí eso se considera acoso sexual), o cuando podías hacerle monerías a los niños en el parque sin que pensaran que eres un pedófilo. ¡Qué diferente tu gente y tu cultura a la de estos rubios pragmáticos, sin sangre en las venas! Entonces lo horrible no te parece tan terrible y añoras un poquito de chusmería y oír a uno gritando: ¡la galleta, caballero’, la galleta!
¿Creerías que cuando me pongo a pensar en mi Cuba rompo a llorar?
Hay otra etapa caracterizada por la morriña. Esa empieza cuando conoces a tú único amigo en el exilio: el gorrión. Tarda pero llega seguro. Además, te das cuenta de que todo lo que brilla no es oro y que esta sociedad, la de la primera potencia mundial, está plagada de defectos e injusticias.
Y luego llega un 31 de diciembre y el gorrión se posa en tu hombro: “¿y qué coño hago yo aquí?” te preguntas. Los recuerdos te acorralan y te sacan lagrimones. Y si te toca vivir en un estado con nieve, más te acuerdas del calorcito y las playas de tu país.
Allá sólo querías oír música en inglés y lo del patio era pura basura, pero aquí descubres o empiezas a valorar a Lecuona, a Matamoros, a Cuní... Tu libro de cabecera se llama “¿Dónde está mi Habana?” Empiezas a coleccionar CDs de Bola, la Bourke, Moraima, y hasta de María Teresa Vera… y te vas a los conciertos de otrora glorias de Cuba, como Martha Pérez, Luisa María Güell, Meme Solís, Zenaida Manfugás, Renée Barrios, todas no vigentes en la actualidad pero que te evocan tu dulce juventud en la islita caribeña que tanto amas.
En Cuba detestaba todos los dicharachos criollos y me inclinaba hacia la cultura europea, pero aquí me acuerdo de todo el refranero popular cubano, que tanto me diferencian del resto de las culturas hispanas en este país. Porque ahora uno quiere ser diferente. Es más, quieres hacerle saber a todos que eres cubano, no latinoamericano ni hispano, sino CUBANO.
Discutes con los que hablan peste de tu patria. Te fajas con los comemierdas que dicen que la Salsa no tiene raíces cubanas y que Varadero no es la playa más hermosa que ojos humanos han visto.
Finalmente, la última etapa es la resignación.
Cuando dos cubanos se conocen, la primera pregunta es: ¿cuánto tiempo llevas aquí?
Es como si estuvieras en prisión, porque si lo piensas con sinceridad y te libras de manierismos virtuales es una condena no estar en tu tierra.
De buenas a primeras te das cuenta de que los que estamos fuera, necesitamos emocionalmente de los que quedaron allá. Tratamos de resolver sus problemas mandando dólares, ropa y comida, pero lo que necesitamos nosotros, ellos no pueden enviarlo por correo: compañerismo, solidaridad, calor humano.
Y así pasa el tiempo y llega finalmente la esperada primera visita a Cuba después de haberte ido echando pestes del terruño.
¡Qué desilusión entonces! Toda vez allá, te percatas de que ya no eres de allí, de que ya no tienes puntos comunes con tu pueblo, que su realidad no es la tuya, de que la Cuba de tus sueños se esfumó; no conoces al grupo cubano de moda, no sabes a donde va la ruta 222, ni qué novela están poniendo en TV o a qué hora comienzan los cines. La Habana te resulta ajena y, a pesar de lo dicho anteriormente, te sientes más a gusto en Miami o Nueva York... ¿Qué pasó con tu idealizada patria?
Al segundo día de estar en Cuba, a pesar de la alegría de ver a tu familia y de compartir con amigos de toda una vida, quisieras volver a casa, aquí, a tu país imperfecto. ¿Qué pasó con la añoranza de la patria caribeña? Pues sucede que entonces echas de menos al pragmatismo y eficiencia de los anglosajones. En realidad, ya no perteneces a ningún lugar. Como dice la canción: "No eres ni de aquí ni de allá", pero eres de aquí, no de allá. Ya eres un “cubanoamericano”, una carrera muy larga, a la que se llega por diferentes caminos...
Al regreso, en el aeropuerto José Martí, esta vez no te harán tantas preguntas como cuando te fuiste definitivamente de allá.
Las preguntas te las harás tú... En fin, toma tiempo y muchas lágrimas entender cuál es tu verdadero lugar en el mundo, pero el regreso a la isla te llena de contradicciones y te indica irremediablemente te indica que ya no hay marcha atrás, el resto es espejismo…
Enviado por Ysbel Garcia
1 comentario:
Esta es la realidad d un verdadero cubano el q escribió esto se quedo basio por eso yo siempre digo q cubano no cubanisomo saludo pa mi gente y siempre pa lante nunca pa tra
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