LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) – Con el título Cadena de ilegalidades, el periódico Granma publicó el pasado 27 de enero, un artículo de Anaysi Fernández, sobre tres jóvenes que fueron sancionados por actividad económica ilícita. “Hecho que podría ser condenado con mayor severidad cuando se prestan servicios sin tener la licencia correspondiente, se contrata mano de obra, y se usan materiales de procedencia ilícita” –refiere la periodista.
A los procesados se le aplicaron las siguientes condenas: Juan Alberto, 18 meses de privación de libertad y a Yunior y Raúl, dos años de prisión y trabajo correccional, y una multa de 5 mil pesos.
¿Cuál fue el crimen cometido por estos muchachos? Juan Alberto se dedicaba a vender antenas parabólicas por encargo, y confeccionaba pantallas reflectoras con una armazón de masilia y aluminio, mientras Yunior y Raúl vendían tarjetas satelitales de Direct TV. La policía les ocupó materiales, herramientas, anotaciones de números, y teléfonos de clientes.
“Estos jóvenes –agrega Anaysi- operaron para satisfacer a personas que pretenden vivir al margen de la ley, posibilitando que otros violen las regulaciones del Ministerio de la Informática y las Comunicaciones que norman el espectro radiofónico, y que a través de emisiones televisivas ilegalmente distribuidas, llegan a diario mensajes desestabilizadores e injerencistas, ajenos a los valores culturales que dignifican al ser humano”.
Lo cierto es que estos muchachos (no se conocen sus apellidos ni edades), fueron demonizados por Granma, mientras los noticieros de Cubavisión, el programa Mesa Redonda Informativa, y Tele Sur, dedican amplios espacios a presentarnos como un héroe a Julian Assange, el hombre de Wikileaks.
En su afán de censura y manipulación, para los medios cubanos es más importante divulgar las imágenes de un drogadicto de la ciudad de Los Ángeles recibiendo una tunda de varios polizontes tras resistirse a la detención, que la masacre de una familia cubana en la cuneta de la autopista nacional a manos de delincuentes.
Al gobierno cubano, desde el principio le preocupó mucho lo que veíamos en la televisión. Después de 1959, los censores sacaron de nuestras pantallas a Supermán, Hoppy Cassidy y al Llanero Solitario, sin darnos explicaciones. ¿Qué pecado cometieron para que les aplicaran la ley del silencio? ¿Cuestionaban el proceso revolucionario? ¿Incitaban a la subversión contra el régimen?
Gracias a las señales de televisión libre –captadas mediante las antenas fabricadas por Juan Alberto- hemos visto, entre otras cosas, imágenes de un ex-miembro de la guardia personal de Castro descorriendo las interioridades del gobierno; a otro desclasificando los verdaderos propósitos de los agentes de la Red Avispa presos en EE UU; también cómo fue sofocada una revuelta de estudiantes pakistaníes en Cuba por destacamentos antimotines, la verdadera cara del sistema de salud cubano en el hospital Miguel Enríquez y la represión contra las Damas de Blanco. Por supuesto, nada de lo anterior es del agrado de nuestros gobernantes, ni difundido por la televisión de un régimen que sobrevive en gran medida gracias a la desinformación en que nos mantiene sumidos.
Julian Assange, que hizo públicos millares de archivos secretos del Pentágono y el Departamento de Estado norteamericanos, es presentado como todo un héroe por los medios cubanos. Mientras, Juan Alberto, Yunior y Raúl clasifican -según Granma- como vulgares delincuentes, porque con sus acciones ayudaron a difundir informaciones no catalogadas como secretas en ninguna parte. ¿Cómo se entiende esto?
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